Francisco Rico Manrique (1942-2024), in memoriam
A un puñado de cervantistas nos sorprendió en un simposio en París la muerte de Francisco Rico Manrique el veintisiete de abril. Hubiera cumplido 82 años de haber vivido un día más, el 28 de abril de 2024. Su labor como filólogo e historiador de la literatura española ha marcado y marcará un hito durante décadas. Y es que Francisco Rico ha sido un filólogo con una hoja de servicios tan extensa como singular. Sus aportaciones como historiador de la literatura podrían agruparse en los campos de la literatura medieval, Petrarca, el Humanismo, la novela picaresca y la edición de textos. Estos son los que él eligió como favoritos para el volumen que, a modo de antología y estudio de su obra, recibió cuando le otorgaron el “Premio Provincia de Valladolid a la Trayectoria Literaria”.
La aventura de dar continuidad a un legado cultural y la relectura de los clásicos ha sido el paraguas bajo el que se cobija la investigación de Francisco Rico. Uno de sus trabajos más representativos, la Vida u obra de Petrarca (1976), alinea la correspondencia entre vida y obra de Petrarca, en particular con la lectura de fuentes, cronología y sentido del Secretum. Un segundo hito que marcó buena parte de su investigación es el interés en el Humanismo, que arranca ya desde su etapa de estudiante, cuando escribía su tesis sobre el Diálogo de la dignidad del hombre de Fernán Pérez de Oliva. Continuó con El pequeño mundo del hombre. Varia fortuna de una idea en las letras españolas (1970) y culminará con Nebrija frente a los bárbaros. El canon de gramáticos nefastos en las polémicas del humanismo (1978). Las dos aportaciones más importantes de Rico al campo de los estudios sobre el Humanismo se cifran, por una parte, en delinear la posición de Nebrija en la introducción del humanismo en España y, por otra, en una revisión el siglo XV hispano. Un tercer hito en la investigación de Rico lo constituyen sus estudios sobre la novela picaresca. En La novela picaresca y el punto de vista, de 1970, revisada en ediciones posteriores y varias veces reeditada, traza la génesis, evolución y destino de la picaresca en España. Escritos posteriores sobre tema picaresco irán afinando la idea de la relación de la picaresca con la estética realista. El Lazarillo, escribe Rico, es fábula, pero fábula realista, a pesar de que este nombre no adquiriría carta de naturaleza hasta el siglo XIX.
Y de la mano del Lazarillo de Tormes nos vamos acercando a otro campo de operaciones de Rico como investigador: la relectura de los clásicos bien mediante trabajos de historia literaria, bien a través de la edición de textos clásicos. En una primera época editó, entre otras obras, El Lazarillo de Tormes, El caballero de Olmedo, o las Novelas a Marcia Leonarda. En sus trabajos de ecdótica y crítica textual priman el rigor en la fijación del texto y un generoso sistema de anotación que irá perfeccionando con el pasar de los años, hasta desembocar en esa anotación de dos estratos, para que cada lector pueda sacar, según su capacidad, el máximo provecho a la lectura. Su labor en este ámbito supuso un nuevo modo de editar los textos clásicos. La cima de esa ambiciosa labor editorial la constituye la edición de la obra de Cervantes, y la del Quijote en particular. Parecería que se hubiera atenido a aquellos versos que dicen «—¡Tate, tate, folloncicos! /De ninguno sea tocada, /porque esta empresa, buen rey,/ para mí estaba guardada». Este proyecto comenzaría su andadura cuando el Instituto Cervantes propuso hacer una nueva edición del Quijote a la Edición de los Clásicos Españoles que publicará la colección Biblioteca Clásica, dirigida por Rico. En aquella edición del Quijote de 1998, Rico incorporaba una práctica que había ensayado en una colección, también dirigida por él, Historia y Crítica de la Literatura Española, a saber, la selección antológica de textos críticos de reconocidos especialistas. El resultado final desembocaría en la edición IV centenario del Quijote (y también del resto de la obra de Cervantes) de la Real Academia Española. Por fin, podía contar la Academia con la obra completa de Cervantes editada según la ecdótica más rigurosa, capaz de satisfacer a un público amplio: desde el lector culto al estudiante o estudioso en busca de una primera guía para sus trabajos y una orientación en el inmenso mar de la bibliografía cervantina.
Y sí, a su ambición investigadora, a su amor por los clásicos y, por qué no decirlo, a su maniática obsesión por la pulcritud y corrección de estilo, debemos una cuidada edición «total» del Quijote. Durante mucho tiempo la Real Academia de la Lengua Española aspiró a contar con una edición del Quijote limpia de las erratas y adherencias que el paso del tiempo había ido depositando sobre el texto cervantino. Rico vino a hacer realidad ese deseo. Diseñó una edición en la que aconsejaba al lector culto dejarse guiar por el filólogo, sin oponer resistencia a aceptar que «astillero» no es el lugar donde se hacían barcos, sino donde se colgaban lanzas. En ella Rico volcó su obsesión por la limpieza textual que aplicó hasta la extenuación, lo que lo llevó a echar algún que otro borrón, opacando, en ocasiones, la oralidad del texto, pero bien podemos disculparlo aplicándole aquello que dijo el sabio, aliquando bonus dormitat Franciscus. Su edición pronto se convirtió en una edición de referencia obligada y, casi estoy tentada de decir, en la vulgata autorizada, si es que esto puede decirse de una edición. No se olvidó de su condición de profesor. Para el docente compuso una suerte de vademécum tan útil como riguroso. Rico, como Fred Astaire, siempre hacía otra cosa. Tuvo el acierto de no caer en el error de otros que le antecedieron abordando la ingente tarea en solitario. Reunió a prestigiosos cervantistas para dotar su proyecto de un sentido total, enciclopedista sería más exacto, en el que convivieran sin fisuras las diversas corrientes del cervantismo. No es de extrañar que esta edición se conozca como el Quijote de Rico, fuera y dentro del ámbito académico, según cuenta la fama. En esta edición se hace verdad el ideal del quehacer del filólogo, que, según Rico, debe atender por igual a la especialización y a otro ámbito más público como es la divulgación. Esta edición, obra de muchos y en cierta forma in fieri, como las catedrales medievales, pero fijada, ideada y dirigida por él, constituye el mayor legado de Francisco Rico al cervantismo.
Decía al principio que además de ser uno de los eruditos más prolíficos y polifacéticos de la academia era también un tanto singular. Por ser singular fue, como don Quijote, hasta personaje de novela. Javier Marías comenzó retratándolo en sus novelas con nombres ficticios (Del Diestro y Villalobos). Pero Rico le pidió que apareciera con su propio nombre. Y Marías aceptó. Y según cuenta Marías, Rico solo leía las páginas de sus novelas en las que aparecía retratado. También Andrés Trapiello le dedicó divertidas páginas en la serie de sus diarios. No sé si alcanzará la fama con la novelería, pero no cabe duda de que su obra le sobrevivirá.
Isabel Lozano-Renieblas
Presidenta de Honor de la Asociación de Cervantistas
Real Academia Española, CC BY-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0, vía Wikimedia Commons
Conocí a Paco junto con Alberto Blecua en el despacho de Martín de Riquer en la Universidad de Barcelona (la Autónoma estaba todavía por crear). Creo que soy uno de los más viejos amigos de Paco Rico que fue también un maestro a quien debo mucho. Su fallecimiento me deja como huérfano.