Iniciamos y concluimos nuestro Décimo Coloquio con el triste sentimiento por la ausencia, ya irreversible, de lo mejor y más representativo de tres generaciones de cervantistas. Y ya no pudimos hacer más que dedicarles un in memoriam, que, empero, nos sabe a poco por lo mucho que les debemos.
Sin la presencia de Manuel Ferrer Chivite nuestros congresos y coloquios ya no podrán ser los mismos. Su camaradería y su inalterable buen humor iban unidos siempre a su afán por presentar temas originales e insospechados en la investigación cervantina. Prueba de ello es que para sus intervenciones los bedeles tenían que despojar de asientos a las otras salas. Había anunciado concurrir a Roma para hablarnos de Bartolomé el manchego (del Persiles), pero la muerte le sorprendió repentinamente, sin dolor, una mañana de un domingo, festivo como él, con el humor y la sonrisa en los labios… Como había vivido siempre. Estoy seguro que desde donde puede vernos aceptará que le despidamos con un «¡Hurra, Manolo!».
La gente de mi tierra, que es muy filósofa, suele dar el pésame a los parientes del difunto con un «Que podamos rezar muchos años por él». Así también os digo, amigos del alma, que por muchos años podamos recordar a los tres amigos y maestros con el mismo cariño y la misma admiración que siempre se merecieron.
José María Casasayas