La benemérita bibliografía quijotesca de Jaime Fernández registra como primera entrada de Juan Bautista Avalle Arce el artículo publicado en el número inicial de la Nueva Revista de Filología Hispánica con el título “Tres notas al Quijote” (I, 1947, pp. 193-198). Dos páginas más adelante, se cierra la lista de sus trabajos con el que apareció en 2007 en las Actas del congreso Cervantes, el Quijote y Andalucía, ahora sobre “Los amantes de Sierra Morena”. Entre uno y otro discurren sesenta años de intensa dedicación a los estudios sobre Cervantes que encuentran en Avalle Arce uno de los mejores exponentes en la segunda mitad del siglo XX.De su mano hemos leído a Cervantes, pues a él se deben algunas de las ediciones cervantinas de mayor uso en el último tercio del siglo XX: la Galatea (1961, Clásicos Castellanos, reeditada en los años noventa); el Quijote (Alhambra, 1979), pero, sobre todo, Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1969) y las Novelas ejemplares (1982), ambas en Castalia. Sólo le quedaron por editar las comedias cervantinas y el Viaje del Parnaso (con las poesías sueltas), pues sí lo hizo con los entremeses (Prentice Hall, 1970).Asimismo, hemos aprendido a leer e interpretar a Cervantes a través de trabajos de detalle, sí, como el mencionado al comienzo de estas líneas, pero también a través de monografías de más vuelo como Don Quijote como forma de vida (1978) y Deslindes cervantinos (1961), luego ampliados en 1976 bajo el título Nuevos deslindes cervantinos, con apartados hoy ya clásicos: El cuento de los dos amigos, Tres comienzos de novela… También le corresponden a él la coordinación de dos manuales de uso imprescindible: la Suma cervantina (con E. C. Riley, 1973), que cuenta, además, con tres capítulos propios (los dedicados al Quijote –junto con el otro editor–, al Persiles y el titulado “Atribuciones y supercherías”); y el apartado “Cervantes y el Quijote” de la Historia y crítica de la literatura española española (1980), con el primer (y único) suplemento de 1991. Nada de Cervantes escapaba a su buen hacer y su vasto conocimiento del escritor alcalaíno explica la publicación en 1997 de una Enciclopedia Cervantina, concebida como “un instrumento de trabajo que sirviese al lector de referencia general a la obra cervantina para satisfacer una curiosidad o duda, pasajera o permanente, ya fuese provocada por el tamaño o dimensiones de esa producción literaria inigualada, por su entorno artístico, histórico ideológico, o bien por la proyección de algo de todo esto hacia los tiempos nuestros. Pero mi trabajo no fue enteramente altruista: siempre ambicioné tener al alcance de la mano alguna obra que me ayudase a solucionar los innumerables problemas que me han surgido en el desempeño de mi ya larga tarea cervantina”.Pero su acercamiento a Cervantes no se concebía como algo exento del devenir histórico-literario hispánico y occidental, sino como una parte importante de aquel; esto ayuda a entender su último libro, Las novelas y sus narradores (Alcalá de henares: Centro de Estudios Cervantinos, 2006 ) cuyos capítulos centrales (el seis y el siete de doce que tiene) se dedican a Cervantes, pero no se explican cabalmente sin los anteriores que estudian las formas que el narrador se hace presenta en los relatos, y los posteriores se proyectan sobre otros autores y textos: Lope de Vega, Valera, Galdós, Borges… Y ayuda a entender su obra hispanística, en la que se acercó a todas las épocas de nuestra historia literaria: Temas hispánicos medievales (1975), Dintorno de una época dorada (1978), La novela pastoril española (1974), Amadís de Gaula: el primitivo y el de Montalvo (1990), Lecturas: del temprano renacimiento a Valle Inclán (1988); ediciones de Lope de Vega, Garci Rodríguez de Montalvo, Juan Valera… Capítulo no menor es el dedicado a la literatura sobre la conquista de América: La épica colonial (2000), ediciones de obras de Gonzalo Fernández de Oviedo, etc.; como también su labor en pro de los estudios vascosDiscípulo de Amado Alonso y Raimundo Lida, Catedrático en varias universidades americanas –se jubiló en la de California, Santa Bárbara, en 2003– Juan Bautista Avalle Arce fue, en la autodefinición de Santiago Montero Díaz, otro verdadero “especialista en la totalidad” que nos ha legado una obra hercúlea gracias a la cual se han podido iluminar textos y autores principales de nuestra literatura. En este momento del adiós quiero recordar al profesor dedicado, al sabio desaparecido, al investigador que recorrió caminos hasta entonces no transitados, al hispanista militante. Scripta manent.
José Montero Reguera
Universidad de Vigo